Les diré que llegué de un mundo raro (Párrafo)
Les diré que llegué de un mundo raro
(Crónicas anticipadas de un paraíso desafortunado)
Párrafo.
Les diré que llegué de un mundo raro (crónicas anticipadas de un paraíso desafortunado), es una de mis novelas, que también parte de hechos históricos. En esta en particular, los ocurridos en la última década del siglo XX y en los 3 quinquenios iniciales del XXI. En la novela recreo con simplicidad y vigor temas de la literatura comprometida de siempre y que en el “país(ito)” constituyen la absurda cotidianidad que se cultiva, nace y se expande en la conflictiva organización de la sociedad salvadoreña, marcada por la violencia social, el inmoderado lanzamiento de consignas políticoculturales irracionales y... muchos injustos etcéteras.
Para apuntalar la realidad ficcionada
que es mi novela, recurro a la modificación lúdica de textos literarios algunos
conocidos y otros no tanto, en un intento de equilibrar la búsqueda de una
agria desmitificación de la absurda y real y así replantear con ello, sin daños
colaterales, algún aspecto arrogante, bizarro y perverso del comportamiento
humano, siempre sometido a insuperables limitaciones -impuestas por el poder-
donde a lo mejor se esconde la esperanza de “un mundo mejor posible” incluso en
un territorio meramente tropical y subdesarrollado.
Con esta divulgación en mi blog, del fragmento
de mi novela “Les diré que llegué de un mundo raro (crónicas anticipadas de un
paraíso desafortunado)”, publicada hace un poco más de 2 años en
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Carátula
de las ediciones en papel y digital.
Les diré que llegué de un mundo raro (crónicas anticipadas de un paraíso desafortunado)
Fragmento.
S |
e dan en mí ciertos inciertos momentos
y... siempre a partir de uno de ellos en particular, dificultoso logro aislar
-aun sea por pura cuestión metodológica, a veces cosmética- y enseguida
deglutir sin que signifique asimilar tales acontecimientos coyunturales que de
todos modos no tardan en pasar -aunque me afectan una fase específica por la
que atraviesa o atravesó mi Vida- con hechos concomitantes producidos por
algunas de las gentes y agentes del buen vivir -protagonistas colaterales,
directas, desagradables y deshumanizadas- de segmentos que también forman parte
indisoluble de mi historia personal pues se acercaron a parcelas de mi
intimidad que me llevan a rallar lo pornográfico de rebuscar lo escatológico o
lo teleológico, lo que sea más conveniente al menester temporal de cada quien y
cada cual.
Dicho así, a esas sensaciones de
admiración y temor, yo agregaría la de respeto que en mí predomina y sustentada
en lo sentenciado por Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”
enunciada el 15 de julio de 1867, después de entrar triunfante en la Ciudad de
México, tras la derrota y fusilamiento de Maximiliano.
Acaecimientos -algunos perfectos y
perversos desertores- de la vida real y que se convierten en “personajes” poco
confiables -algunos protagonistas principales y otros incidentales- pero que de
presto dejan de insistir en mi Vivir con todo y sus secuelas existenciales.
Controlados y reducidos quedan frente a mí y ya no le doy importancia al asunto
que provocó y ocasionó el (o los) acontecimiento(s)... y toda la vaina se
metaboliza en un simbólico hecho estético -quizás también aislado- artificioso
pero efectivo para desviar dificultades cotidianas y prosaicas. Inmarcesible
gloria, por lo demás.
El razonamiento previo, se traba a la
perfección con la génesis y desarrollo de la fase que me vi “obligado” a
aceptar como secuela irremediable de la posguerra.
Y esa fue la de trabajar como stripper por casi 2 años, sobra decir
que en puta intensos. De algo me sirvieron las nociones estéticas que pude
asimilar al haber estudiado Letras durante un par de ciclos en la UCA. Pero lo
grandioso es que me da amplias permisiones para contarte la experiencia
vivencial como stripper, pues a pesar
de sus más superficiales apariencias -por el tipo de “trabajo”- ha resultado
ser la fase más pura y estoica de mi Vida, casi heroica, podría decir con basta
satisfacción y agradables secuelas.
Pues bien. Caminaba una tarde llegando
al ocaso en un día más de la inicial posguerra -que se transmutó en
interminable posguerra- más decepcionado de lo habitual por la aparente
banalidad de los esfuerzos realizados por hacer la Revolución Socialista en el
país(ito) de mierda durante 20 años, con el agravante que yo habiéndolo perdido
casi todo me encontraba sin pisto, sin nacionalidad, sin trabajo y sin
perspectiva alguna de encontrarlos a corto o mediano plazo, muy a pesar de las
gestiones por mí realizadas ante los respectivos representantes de dios y del
diablo, aquí en esta tierra. Las perspectivas a largo plazo las descartaba pues
era casi obvio que me sería imposible sobrevivir. Reaprendí entonces a no comer
ansias.
Un comunista auténticamente
desilusionado pero no amargado era yo. Y sin temor a equivocarme te puedo
afirmar con total seguridad que no era el único y al parecer los que
compartíamos los mismos sentimientos y nos unían similares condiciones, pues no
éramos una pinche excepción de la regla. Y además dignos de ser tomados en
cuenta.
¡Puta, es que el estigma de guerrillero
desmovilizado bien pronto se convirtió en obstáculo yuca para reinsertarse en
una sociedad en extremo prejuiciada y polarizada y además pendeja!...
Y todos los eufemismos para embellecer
las promesas populistas en los discursos triunfalistas por parte de las
jefaturas en “ambos bandos” simple y llanamente tanto valían y valieron verga,
que no me la choyaban ni me la pelaban.
Yo tuve mucho que perder, aunque te
parezca inverosímil y...
Pues lo perdí casi todo, pero...
Me quedé con la dignidad, el honor y el
orgullo que no dan para comer pero sustentan como suplementos alimenticios de
la mejor calidad.
Ahora y todavía aquí y para los siglos
venideros, agradezco a papá que me enseñó el total desapego a las cosas
materiales, sobre todo de esas mierdas de altos precios y sin mayor valor y
bien que lo entendí y aprendí.
Y la maldita posguerra -que hasta la
fecha se volvió interminable- la inicié enfrentando la “nueva vida” como civil
apacible -dicho con otras palabras menos provocativas, guerrillero venido a
menos- sin trabajo, sin dinero -ni para comer y pagar el bus- y desarmado
añorando mi pistola asignada -una Browning 9 mm. de pavón negro azulado y
cargadores de 9 tiros- cuando estaba operando en la ciudad.
Pero cuando iba al monte en una misión
específica se me agregaba un fusil Galil con culatín retráctil -más liviano y
menos voluminoso- en consideración que era uno de los “gorditos” de la metro
que cuando íbamos al cerro Guazapa -coto de la RN- con todo el dramatismo
posible, aparentábamos vernos a palitos subiendo y bajando lomas escuetas -en
comparación con el vecino volcán Quezaltepec, el de San Salvador pues, donde a
menudo los de la metro realizábamos prácticas bélicas a todo mecate- de modo
que los mandos guerrilleros, que íbamos encontrando en el camino hacia la
misión, no abusaran de nuestras condiciones físicas y morales con tareas ajenas
que nos retrasara lo encomendado por el mando zonal metropolitano.
Cuando surgía el dilema y que por las
obvias razones se fue haciendo más frecuente, tenía que tomar una decisión
entre las 2 opciones: Comer y nada de bus -más saludable por cierto- o tomar un
bus para superar las distancias superiores a 3.7 kilómetros y no comer a no ser
que algún viejo amor en el estado de gracia de la juventud perdurable, me
invitara.
Y lo de no caminar -bajo el sol
tropical- entre puntos geográficos separados por más de 3.7 kilómetros, no era
por el quilombo de no disponer de la condición física indispensable, sino
porque al lugar del brete llegaba chorreando sudores y se gastaban más de prisa
los únicos zapatos de dominguear que me quedaban.
Por eso respecto a los atributos
divinos mi envidia aumentó, de todos los cuales son solo 2 los únicos que en
verdad envidio desde siempre. El primero el no cagar y en segunda instancia el
no mear. Además son necesidades humillantes y limitadoras. El de la ubicuidad
me vale chonga, no digamos la eternidad.
Aunque considero que el camino de la
evolución del Homo sapiens, ya
condujo a los especímenes más adelantados a dar el nuevo salto evolutivo y
están en lo de archivar los nuevos datos genéticos como condiciones previas al
siguiente salto en la evolución, que llevará a la especie al disfrute de esos
atributos -hasta hoy exclusivo de las deidades- y que la librará de muchas y
serias limitaciones.
Lo chévere es que para transmitir esos
nuevos datos genéticos hay que aparearse con hembras -bonitas y saludables,
preciosas e inteligentes, simpáticas y tranquilas- mediante divina olímpica
conjunción copulativa activa, tan tradicional y gustosa. A veces unos apareamientos resultan efectivos y
otros azarosos, pero siempre con mucha diversión y contento de lo más animal.
Eso de la reproducción humana mediante
la fecundación in vitro o con otras
técnicas similares de reproducción asistida como la implantación intratubárica y la introducción
intrauterina de esperma tratado, no dejan de ser innobles y poco divertidas
y resultan bastante mecánicas y quizás artificiosas.
Pues esa tarde, con la mirada perdida
en el futuro nada dichoso que se vislumbraba para mí, veo como surgido del
“milagro”, un afiche bastante bien impreso y llamativo que además del texto
incluía sugestivas fotografías a color.
El texto planteaba -con letra clara y
legible a buena distancia- de forma sucinta la necesidad de contratar varones
adultos jóvenes y de atlético ver, previa selección, para bailar -con candentes
movimientos en horas nocturnas- en un bar para señoras “educadas y tranquilas”
situado en la llamada Zona Rosa de la Colonia San Benito.
Mencionaba sin alarde, el nada
despreciable salario fijo al mes por jornadas nocturnas de 7 horas diarias
durante 5 días a la semana. Pero destacaba -el texto- las jugosas “propinas”
que las entusiasmadas parroquianas darían acorde al desempeño de cada bailarín
en cueros menores pero no chulones. Daba un número telefónico donde solicitar
una entrevista personal y concertar un casting en el que se debían mostrar las
habilidades pertinentes y nada más dancísticas.
Pero a mí, me intrigó el enigma de lo
“en cueros menores”, que lo resolví hasta el momento de recibir el uniforme
para mi primer desempeño laboral, cuando descubrí al ponérmelo, que las rojas
tanguitas excitadoras estaban confeccionadas con finos y suaves cueros
aterciopelados -no sé por qué me imagino de terneras- y supuse que el cuero era
los más adecuado para resistir los arrebatos a los que podían llegar las
encandiladas espectadoras, tratando de meter con morosidad y deleite las
propinas, entre tanga y epidermis de su stripper
elegido.
Y lo de las propinas acordes al
desempeño de cada uno, amparado en la práctica de un par de agitados meses, me
atrevo a sostener que se resolvía según el tamaño del bulto aquel. Aunque en
honor a la verdad, ninguno de los strippers
insinuábamos nada fuera de lo normal, como un órgano de proporciones
megalíticas muy dificultoso de transportar.
Apetencias resultantes de aberraciones
inscritas en la mitología provocada por la voracidad y la exageración
occidentales capitalistas, nada tan retirada de la prístina cuna de la
civilización occidental y del lejano oriente de los poderosos gigantes
asiáticos de hoy: Corea, China, Japón, Malasia y Tailandia -donde en sus
varones- rondan en promedio los 12 centímetros respecto a la envergadura tonal
del órgano aludido, casi siempre sentido por ellas -las hembras del mundo- como
deleite musical en crescendo, según dicen las encuestas, incluyendo las poco
confiables de CNN y parecidas.
Te habrás imaginado ya, en qué estaba
lo sugestivo de las fotografías a color que mostraba el afiche.
Y como la Magdalena no estaba para
tafetanes, sin darle mucha vuelta al asunto, nomás llegué al cuarto con baño
privado que habitaba en alquiler en una casa de familia de la colonia Centro América,
hablé por teléfono expresando mi interés en el “trabajo” y tuve la gran buena
suerte que sin más ni más, la entrevista y el casting se me programaron en
simultáneo para 2 días después, a eso de las 15:30 horas.
Y por supuesto que me contrataron
después de haber bailado un merengue bien apambichao
y una salsa erótica muy picante, vestido -que es demasiado decir- con una tanga
roja fosforescente que me “tapaba” las nalgas con un hilo que pasaba entre las
2. Lo de adelante me quedaba tantito más cubierto, medio ocultando la zona
carmesí donde se asientan las nobles desvergüenzas es decir mis nobles
genitales externos. Tal precaria vestimenta sería mi uniforme de trabajo.
Antes de mi desempeño como stripper, sólo había usado uniforme
durante los 11 años que fui estudiante de primaria y secundaria y lo dejé de
usar al terminar el bachillerato y nunca fueron tan elementales y llamativos
-ni siquiera los de gala- como la tanguita con la que bailé desde el casting
hasta que me retiré.
Después de lo del bar nunca he vuelto a
usar uniforme, a lo mejor es una reivindicación pendiente para mí y así se va a
quedar.
Para conseguir la chamba no tuve que
recurrir a bailar chachachá, que es mi especialidad como vos sabés, pues fui
capaz de mostrar lo que podía hacer en el “tema” de mover el culo al ritmo del
merengue y de la salsa, para encender a gordas resignadas cabalgando en la
desidia cotidiana. Por lo mismo no fue necesario ningún otro trámite como dar
una fianza o presentar papeles con referencias de trabajos anteriores y
recomendaciones de personas de instrucción y honestidad notorias. Todo fue la
mar de sencillo. Y empecé al día siguiente, mejor dicho la noche siguiente.
Un pubis y un vientre fláccidos -no son
elegantes ni de buen ver, aunque el pubis nunca lo llegué a mostrar en su
totalidad, apenas hasta la rayita superior donde asoma tímida su ensortijada
vellosidad- hubiesen sido causas suficientes para no conseguir la chamba en la
que debía bailar casi chulón y bien probable que, de no conseguir el honrado
trabajo, hubiese caído en la perdición intentando la procura de algún pisto
para sobrevivir con mínimas comodidades, tales comer más o menos con regular
frecuencia y movilizarme en bus por la ciudad capital y a la de al lado.
Y ninguno de los putos comandantes que
me conocieron, jamás intentaron tan siquiera una vez algo para ayudarme, a
excepción del Comandante Tomás Ramírez Quirós, el único con el que al final de
la guerra quedé de amigo, pero la pasaba tan jodido como yo, aunque no perdió
su costumbre de compartir aunque tuviese poco.
Y no eran quebrantos del espíritu los
que la incipiente posguerra prodigaba, eran perjuicios a la salud del cuerpo.
El bar ocupaba una mansión de la
Colonia San Benito que de seguro fue residencia de algún burgués de abolengo
cafetalero venido a menos y por lo mismo era obligatorio que el inmueble utilizado
como bar se conservara elegante, impecable y decorado con buen gusto digamos avant garde y más en consideración a la
clientela que lo visitaba en mayoría abrumadora. De lo contrario yo jamás me
hubiese decidido a laborar en tal bazar de diversiones semiclandestinas.
En el salón principal -del que imagino
en su época de residencia señorial de potentados burgueses cafetaleros,
funcionaba como enorme vestíbulo- era donde trabajábamos los varios apolíneos strippers, se creaban distintos rincones
a media luz, diferenciados a la vista por los correspondientes chorros del
color de la iluminación que recibían, que se concentraban uno por uno -además
auxiliados por un spot proyectado en los bailarines, uno a una a la vez para
así evidenciar, por turnos, los encantos de cada quien- en la barra al momento
que se prodigaba el baile en cadenciosos y voluptuosos vaivenes enfatizados en
caderas y vientres y el ambiente se encendía de impetuosos entusiasmos
femeninos.
El vestíbulo -el notorio y enorme
salón- fungía como área de distribución y nexo de comunicación entre las
distintas habitaciones o zonas o espacios de la residencia en sus usanzas
originales -que las imagino a la perfección- y ya siendo bar no las conservó,
pero sí mantuvo las 2 funciones principales -distribuir y conectar- y
considerando las nuevas ocupaciones -servir bebidas y presentar bailes
eróticos- el espacio construido y disponible era ideal.
Cuando no se posaba en mí la luz del
spot, la iluminación, no sé por qué, me recordaba la iluminación del puesto de
mando metropolitano para la primera ofensiva final del FMLN en enero de 1981,
según la describía el Comandante Tomás Ramírez Quirós.
El salario fijo mensual era de
sv¢2,500.00 (dos mil quinientos colones) entonces equivalentes a
us$500.00 (quinientos dólares), si no mal evoco el tipo de cambio
vigente, pero no será mucha la diferencia. En promedio, las delirantes
asistentes me insertaban, entre la tanguita roja fosforescente y la piel, unos
sv¢200.00 diarios es decir entre sv¢4,000.00 y sv¢4,400.00
al mes. Mejor “reinserción” ni siquiera un día antes me la imaginé.
Un ejemplo de lugares comunes
imposibles donde buscar mi “reinserción social”, intentando desempeñar un
trabajo asalariado, se daba en los conocidos “Talleres Sarti” -una fábrica de
cosas útiles de hierro- donde se enseñoreó la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños, la que
fue gloriosa FENASTRAS vanguardia que
tan bien fue de la combativa clase obrera salvadoreña -influenciada política e
ideológicamente por la Resistencia Nacional-Fuerzas Armadas de la Resistencia
Nacional (RN-FARN)- puesto el
sindicato de los trabajadores de la empresa mencionada era miembro de la FENASTRAS posguerra inmediata.
Esa imposibilidad dada -al comienzo de
la interminable posguerra- en los Talleres Sarti fue extensible a todas
aquellas unidades productivas de propiedad burguesa cuyos sindicatos hubiesen estado
afiliados a la entonces gloriosa federación. Ahora no sé si se mantiene la
imposibilidad, pues como pude, me aproveché y logré resolver de otros modos,
digamos menos aburridos y más efectivos.
Para mí, hubiese sido más fácil
descifrar el misterio de la santísima trinidad, que conseguir una plaza aun
fuera de aprendiz en los “Talleres Sarti”. Y por una tan sola razón, bastante
obvia en mi sentir.
No dilato más en darte la explicación
del antecedente de esa razón.
Sin duda se estableció a partir del
resurgimiento de la lucha en las calles capitalinas, emprendida por los obreros
sindicalistas afiliados a la entonces gloriosa FENASTRAS que se decidieron acompañar el despertar combativo
reiniciado por el excelso Comité de
Madres y Familiares de Presos y Desaparecidos Políticos -más conocido como
las COMADRES por ser mujeres y en
especial madres unidas por un vínculo de altruismo para los otros e indignación
por los demás, las más destacadas en la lucha por los presos y desaparecidos
políticos- con sus heroicas y memorables sentadas en las gradas del atrio de la
catedral metropolitana, en el último tercio del año 1984.
Con ellas, no pudo la tiranía
gorila-militar en su triste despegar a la escalada fascista que oscureció al
país(ito) durante 3 lustros, que además de abominable y cruenta resultó inservible
para someterlas en sus afanes de justicia y tuvieron los gringos que intervenir
para detener el estado insurgente imperante, antes que superara el estadio de
guerra civil.
Fue el desafiante y festivo reinicio de
las manifestaciones populares callejeras y de veras combativas, única forma de
lucha para volver a las calles de la capital, escenarios propios y naturales
para la incorporación masiva y efectiva de los sectores populares a la
Revolución… lucha que fue orientada desde la clandestinidad por los compañeros
Comandante Tomás Ramírez Quirós y Comandante Jerónimo Águila Chinameca,
miembros del Comité Zonal Metropolitano
de la Resistencia Nacional-Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (RN-FARN).
Forma de lucha que al incorporar, en su
desarrollo concreto, gran cantidad de obreros provenientes de los sectores
estratégicos de la producción -como se fue haciendo- “sensibiliza” a la burguesía
porque la golpea donde le duele, en el bolsillo.
El compañero mencionado en primer lugar
se desempeñaba como Responsable Político-Militar de la Zona y Jefe del Comité
Zonal, el otro ejercía de Encargado del Sector Obrero.
Estas son precisiones necesarias para
establecer la real dimensión de algunos hechos, en particular lo inevitable de
trabajar cubierto con sólo la brevedad de la tanguita escarlata o roja como uniforme
laboral, expuesto -sin protestar- al frío característico de las últimas horas
de las noches y primeras de las madrugadas en las casas situadas -a media falda
del volcán Quezaltepec- en la Colonia San Benito, sin pasar a otras
desvergüenzas de naturaleza más candente pese a la abundancia de proposiciones
provocativas evidentes y ni por un momento -en tan inquieto y frívolo
escenario- permitir asomara la amargura ni la vacilación a la lealtad con los
principios revolucionarios que me llevaron a la guerrilla de la RN.
Aparte que yo no era de mentalidad
cuadrada y siempre he tenido una consciencia bastante laxa… así que todo fue “tranquilidad y tobago”, rindiendo
cuentas nada más que a mí mismo, ya no más comisarios políticos pendientes de
mis lujurias colectivas al despertar y al pernoctar, ya no más disculpas por mi
natural admiración y deseo hacia las mujeres bellas.
Por favor, nunca te olvidés que en ese
saludable “antro” bar apareciste en mi Vida y yo aparecí en la tuya con todo y
cartuchera, que va, nada más con la excitante tanguita carmesí. Dicho en modo
prosaico clásico tardío: nos conocimos y a la primera mirada nos enamoramos. En
realidad esas miradas que nunca olvidamos, que nunca olvidaremos, se cruzaron
en sentido biunívoco denotando incendiaras pasiones quizás por mutuas
necesidades afectivas.
Es necesario y conveniente apuntar que
el compañero Jerónimo -cuyo nombre verdadero era Doroteo Gómez Arias de
profesión abogado- al poco tiempo –agosto de 1985- fue capturado en los
alrededores del “Café de Don Pedro” de la Alameda Roosevelt por la terrorista
policía nacional (PN) y asesinado -crimen de lesa humanidad que hasta este día
permanece impune- en una ergástula del lúgubre y aciago palacio negro -cuartel
central de la pervertida entidad policial- y que hoy sin haberle hecho “limpia”
alguna por algún Itzae de Tajcuilujan, lo ocupan los mandos superiores de la
policía nacional civil (PNC), esa surgida de los acuerdos de paz aunque ya no
lo parezca.
Su pérdida más que sensible en esa
coyuntura de reinicio del combate popular urbano, no se dimensionó a su
totalidad, es más Fermán y Leo pretendieron minimizarlo con absurdos planteamientos
de faltas a las medidas personales de seguridad.
Entonces no es extraño que el pique de
mi “reinserción social” al inicio de la posguerra interminable, acorde a la más
elemental lógica, se originó en aquellos años entre 1984-1987 por el poco
ignorado hecho de mis llegadas con harta frecuencia a la fábrica, supuestamente
enviado por la FENASTRAS, a impartir dizque charlas sobre sindicalismo, aunque
en verdad mi presencia se limitaba a supervisar la fabricación en cantidades
industriales de los valiosos y útiles “miguelitos”
por órdenes del Comité Zonal Metropolitano de la RN-FARN.
Y pronto se originaron los rumores
sobre mi presencia extraña pero no de mis objetivos precisos y llegaron en el
aire no sólo a la patronal de la fábrica mencionada, sino a las patronales de
la zona. Muy a pesar de la cautela y el hermetismo de los obreros afiliados al
sindicato.
Los miguelitos
eran unos artefactos fabricados con clavos grandes -de hierro- trenzados,
retorcidos y soldados, de modo que 2 de sus 6 puntas filudas siempre quedaran
hacia arriba y así tener la total seguridad de ponchar o sea pinchar las
llantas de los vehículos de los cuerpos represivos.
Estas obras maestras de los obreros
fabriles se regaban en abundancia industrial sobre las calles aledañas y por
donde se movilizaba una manifestación popular y así dificultar la circulación
de cuilios y soldados en son de reprimir y dar tiempo y oportunidad a los
manifestantes de una retirada menos problemática.
¡Y yo de stripper en los años iniciales de la interminable posguerra, un
comunista ateo consciente! con todo y pena anulé la afrenta más ignominiosa de
recurrir a vender biblias de puerta en puerta. Lo de vendedor “sacro”, me
exponía a muchas puteadas para ganar lo del sustento diario, cuya necesidad
deriva de la infalible puntualidad del aguijón de la materia animada.
Es más lo que ganaba borró la
mojigatería de “hombre nuevo” derrotado en el largo intento de resanar la
sociedad criolla, pues a más de lo descrito, en cuanto al trabajo, no tuve otra
cosa que hacer. Te lo digo no como excusa para esconder alguna incapacidad o falta
de disposición y ni tan siquiera la “mala suerte”. Nada de enchufar con nadie y
mucho menos enchutar el algo -de esa cosita objeto del deseo- a alguien por
ningún lado, te lo digo sin pelos en la lengua a fin de evitar
malinterpretaciones a las que sos tan proclive.
Agrego y así termino esta conversación
de cuando laburé de stripper,
diciéndote con plena honestidad que jamás hice “aquello” de lo que por mi
ideología proletarizada nunca seré ni he sido capaz de hacer, sea o no
vergonzoso para la ideología burguesa y que vos me parece imaginaste más de 7 u
8 veces en el transcurso de esta escueta conversación.
El tono de seriedad con que te hago el
relato de mi período “stripper
candente por necesidad” muy poco que ver con los momentos reales de cuando lo
viví. Tal vez así te arrancaba algo de conmiseración. Sin embargo le he quitado
todo asomo a la solemnidad para no dramatizar -ni un ápice- el asunto que casi
ronda lo trivial. Pero te lo podía contar en tono festivo como de carnaval,
pero no lo hice quizás porque temía que salieras diciéndome: “vez que sos un gran puto cara de concreto y
además insolente”.
La pura verdad es que no te quería
contar “chistes” a costa de mis infortunios posguerra y mis chéveres salidas de
los problemas.
El divertido “trabajo” se reducía -de
principio a fin- a producir a chorros -no a gotas- tanto sudor, de modo que una
corriente se deslizara intensa por el pecho y se introdujera por debajo de la diminuta
tanga sobre los genitales externos medio ocultos a la vista ansiosa de las
cultas damas y que otra lo hiciera por la espalda para escurrir sobre las
nalgas descubiertas de modo hacerlas brillar por efecto de la combinación de
luces y sudor. Eso le imponía al “trabajo” el rasgo erótico sin llegar al
bochorno de la pornografía.
Si supieras la cantidad de gordas que
llegaban a diario -pasando sin transiciones, del aburrimiento a la exaltación-
queriendo ocultar sus enfados y a desatar inhibiciones, encandiladas con la
agitación del baile de estremecedores ritmos caribeños. Tantito más y me
hubiese sentido abusado.
Lo bueno de esta experiencia con las
desatadas obesas -habituales clientas del bar- es que me quedó como maña
refinada el ser atento y cuentero con todas las mujeres sin distinción y en eso
está el sostén para algunas ligeras opiniones que tienen de mí gentes que
apenas me conocen y que vos las sustentás sin cerciorarte y yo no tengo más que
lamentarlo.
Parece que aquí se me robustecieron mis
hábitos de animal nocturno, tan característico y ahora conocidos, con la
salvedad que desde niño me gustó mucho más la noche y lo reconozco sin ambages.
La noche crea más rincones donde esconderse. De ahí -con la excepción de las
horas diurnas disponibles para los asaltos bancarios- la mayor operatividad
guerrillera, principalmente la urbana, fue en horas de la noche.
No obstante toda esa experiencia
práctica de sensual cordialidad y gentileza como stripper por casi 2 años, las gordas de todos modos no me gustan y
de veras me dan tremendo asco.
El plus del período “stripper candente por necesidad” ha sido
que conocí 2 buenos amigos -un matrimonio heterosexual y feliz- a los que muy
de vez en cuando les hablo y ellos también. Él era el stripper y ella su principal fan.
Todas fueron cosas que irremediable,
endiablada e irrefrenablemente me fueron conduciendo a vos. De ahí mi
entusiasmo irrestricto y poco convencional con ellas -me refiero a las gordas
asiduas clientas del cabaré- y las discretas complicidades que nos aunaban,
entre el filo de la medianoche y el amanecer tropical con encarnados tan
subversivos y provocativos.
Y fui prescindiendo de participar en la
politiquería criolla y afinando el reinicio de mi vocación y oficio literario,
que no tardé en asumirlo.
La explicación de los cambios de
actitud que se dieron en mí para mantener la calma e íntegra mi fidelidad a la
ideología del proletariado industrial, está en que hubo un cabrón dizque compa
-de esos venidos a más con las firmas- que adrede me borró de toda lista de
combatientes a desmovilizarse, trámite previo y obligatorio para recibir las
limosnas dispuestas para ello, luego de la genuflexión respectiva.
A lo mejor si me desmovilizo no le doy
reinicio a mi oficio literario. ¡Cabrona la dialéctica de la Vida!... pero vale
la pena vivirla con intensidad, sin defenestrar -renegando- los principios.
Es que contemplé bien de cerca... ¿por
la gran puta qué digo? ¡Si la contemplación es un hecho pasivo sin acción y con
la complicidad del dejar hacer y dejar pasar! y el sólo pensarlo me ahueva.
Mejor dicho. Observé impertérrito
-aunque con gran asombro- la evolución de ese pendejo desde que era un
tinterillo que circulaba a pie sobre zapatos cuyas suelas estaban con hoyos
visibles desde el cielo arriba de cada paso, hasta su actual condición de
engendro frankensteiniano con la estética y la ética establecida para tal
monstruo de la condición humana permisible por la divinidad tutelar de moda...
y arrasador ha sido en su espectacular y meteórica carrera al poder y sembrando
vientos para cosechar con mucho dolor.
Antes que el Frente llegara al gobierno
central, el tipo consiguió ser diputado por un par de períodos que le sirvieron
como apresto en burocratismo pernicioso y llegar con credenciales apropiadas a
funcionario de la más alta jerarquía en el ejecutivo gubernamental.
Es evitable el mal en todas sus
expresiones, pero sin hacer aunque sea algo, nada sucederá. Digo hacer o actuar
con prontitud y esmero. Por favor nada de orar con los ojos entornados o de encomendarle
a la corte celestial en pleno la solución de los problemas terrenales y el
aniquilamiento de las acechanzas de los 11,000 diablos infiltrados en los
aparatos del estado. Porque del dicho al
hecho hay mucho trecho.
Así las cosas, con todo y todo, he
conseguido pasar con entereza TODAS las pruebas -no las “prebas” como dicen algunos funcionarios de gobierno- imaginables y
también inimaginables, incluida la más difícil rayando en lo imposible: la
derrota. Derrotado pero no vencido continúo en la lucha y donde la felicidad es
mucha.
Planes de Renderos, 16 de abril de 2016 / 14 de abril de 2018.
Tomado
de:
Les
diré que llegué de un mundo raro (crónicas anticipadas de un paraíso
desafortunado)
Luisfelipe
Minhero
Copyright
© 2018
ASIN:
B07KPWNQNK
Publicado
en Amazon: 10 enero 2019.
Luisfelipe Minhero.
Autor Independiente Salvadoreño.
Página de Autor Central: amazon.com/author/luisfelipeminhero
Mi tapial: https://www.facebook.com/Luisfelipe.Minhero/
eCorreo: luifelmartinez@hotmail.com
Promoción descarga gratuita del eBook “Les
diré que llegué de un mundo raro (crónicas anticipadas de un paraíso
desafortunado)”.
Inicio: lunes 15/noviembre/2021. 0:00 h
(hora estándar del Pacífico).
Final: jueves 18/noviembre/2021. 23:59 h
(hora estándar del Pacífico).
Si viene de un mundo raro.
ResponderEliminarDe stripper a guerillero.
Muy entretenida narrativa.
Éxitos y felicitaciones.
Más bien de guerrillero a stripper. Halagüeño el comentario, gracias.
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