Así era el Che. Por Ahmed Ben Bella.

 

Así era el Che

Por Ahmed Ben Bella

A 55 años de su último combate en Bolivia (8/octubre/1967) y el 1º del Guerrillero Heroico (9/octubre/1967) en su ejemplo inmortal… “aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de su querida presencia, comandante Che Guevara”... hoy socializo, tomado de Le Monde Diplomatique, la semblanza escrita por Ahmed Ben Bella, jefe histórico del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino; primer presidente de Argelia independiente.

✊🏿✌🏿🛠HASTA LA VICTORIA... SIEMPRE... COMANDANTE⚒✌🏽✊🏽

Luisfelipe Minhero.

Autor Independiente Salvadoreño.

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El “Che” junto a Ahmed Ben Bella (primer presidente de la República Argelina Democrática y Popular), Argelia, 15 de abril de 1964.

 

 

Así era el Che.

 

Por Ahmed Ben Bella.

Jefe histórico del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino; primer presidente de Argelia independiente (1962); derrocado en junio de 1965. Presidente del Movimiento por la Democracia (MDA) en Argelia.

 

El 9 de octubre de 1967, en una pequeña sala de la escuelita de La Higuera (Bolivia), Ernesto “Che” Guevara, hecho prisionero la víspera, era asesinado. Aquel que Jean Paul Sartre calificó de "ser humano más completo de nuestra época" acababa así una vida de revolucionario que le había conducido, con la esperanza generosa de aliviar los sufrimientos de los pobres, de Argentina a Guatemala, de Cuba al Congo, y finalmente a Bolivia. El presidente Ahmed Ben Bella le conoció bien, de 1962 a 1965, cuando Argel era entonces una tierra de asilo para todos los antiimperialistas del mundo.

Desde hace treinta años, Che Guevara interpela nuestras conciencias. Más allá del tiempo y del espacio, escuchamos la llamada del Che que nos conmina a responder: sí, sólo la revolución puede a veces hacer del hombre un faro luminoso. Esa luz la hemos visto irradiar del cuerpo desnudo del Che, extendido en alguna parte en el fondo de Ñancahuazú, en esas fotos aparecidas en los periódicos de todos los rincones del mundo, mientras que el mensaje de su última mirada continúa alcanzándonos en lo más recóndito del alma.

El Che era un valiente, pero un valiente consciente, con el cuerpo debilitado por el asma. Yo le acompañaba por las colinas de Chréa, por encima de la ciudad de Blida, cuando vi iniciarse el ataque y cómo le daba a su rostro un tinte verdoso. Quien haya leído su Diario de Bolivia (1) sabe que con aquella salud deteriorada había hecho frente a terribles pruebas físicas y morales que han sembrado su camino.

Es imposible hablar del Che sin hablar de Cuba y en las relaciones particulares que nos unían tanto su historia, su vida, estuvieron ligadas a aquel país que fue su segunda patria antes de dirigirse a donde le llamase la revolución.

Conocí a Ernesto "Che" Guevara en vísperas de la crisis internacional del otoño de 1962 originada por el asunto de los cohetes y el bloqueo de Cuba decretado por Estados Unidos. Argelia acababa de acceder a la independencia, se había constituido su primer gobierno y en tanto que jefe de ese gobierno yo tenía que asistir en Nueva York, en ese mes de septiembre de 1962, a la sesión de la ONU para la colocación simbólica de la bandera argelina en lo alto de la sede de las Naciones Unidas; ceremonia que consagraba la victoria de nuestra lucha de liberación nacional y la entrada de Argelia en el concierto de las naciones libres.

La oficina política del FLN decidió que ese viaje a las Naciones Unidas se continuara con una visita a Cuba. Más que una visita, se trataba sobre todo de un acto de fe que reafirmaba nuestros compromisos políticos. Argelia deseaba subrayar públicamente su total solidaridad con la revolución cubana, particularmente en aquellos momentos difíciles de su historia.

Invitado en la mañana del 15 de octubre de 1962 a la Casa Blanca, tuve francas y cálidas discusiones con el presidente John Fitzgerald Kennedy a propósito de Cuba. A la cuestión directa que le planteé: "¿Va usted hacia una confrontación con Cuba?", no dejó en el aire ninguna duda sobre sus intenciones reales y me respondió: "No, si no hay cohetes soviéticos; sí, en el caso contrario". Kennedy intentó disuadirme con insistencia de dirigirme a Cuba en un vuelo directo a partir de Nueva York; llegando incluso a sugerir la eventualidad de un ataque al avión de las Fuerzas Aéreas de Cuba que debía transportarme, por la oposición cubana instalada en Miami. A esas amenazas apenas veladas, le repliqué que yo era un fellaga y que las amenazas de harkis argelinos o cubanos no me intimidaban.

Nuestra llegada a La Habana, el 16 de octubre, se desarrolló en medio de un entusiasmo popular indescriptible. El programa preveía discusiones políticas en la sede del partido desde la llegada de nuestra delegación. Pero las cosas se desarrollaron de manera muy diferente. Apenas nuestro equipaje fue depositado en el lugar en donde debíamos residir, nos pusimos a discutir sin orden ni concierto con Fidel, Che Guevara, Raúl Castro y los otros dirigentes que nos acompañaban.

Nos quedamos allí hablando durante horas y horas. Por supuesto, yo participé a los dirigentes cubanos la impresión que había extraído de mi entrevista con el presidente Kennedy. Al final de aquellos debates apasionados, donde desmenuzamos una tras otro los temas, sentados en torno a mesas, nos dimos cuenta de que habíamos agotado prácticamente el programa de las cuestiones que debíamos estudiar y que nuestro encuentro en la sede del partido ya no tenía objeto. Y, de común acuerdo, decidimos pasar directamente al programa de visitas que debíamos hacer a través del país.

Esa anécdota da una idea de las relaciones totalmente desprovistas de protocolo que, desde el principio, serían la característica esencial, la norma de los lazos que unían la revolución cubana y la revolución argelina, y de los lazos personales que me ligaron a Fidel Castro y al Che Guevara.

Esa solidaridad se confirmaría de una manera espectacular durante la primera alerta grave que amenazó a la revolución argelina con la cuestión de Tinduf, en octubre de 1963. Nuestro joven ejército, recién salido de una lucha de liberación, que no poseía todavía ni cobertura aérea -puesto que no teníamos ni un solo avión- ni fuerzas mecanizadas, fue atacado por las Fuerzas Armadas marroquíes en el terreno que le era más desfavorable. Porque no podía utilizar los únicos métodos que conocía y que había experimentado durante nuestra lucha de liberación: es decir la guerra de guerrillas.

El desierto y sus vastas extensiones desnudas estaban lejos de las montañas del Aurès, del Dyurdyura, de la casi isla de Collo o de Tlemecén, que habían sido su medio natural y del que conocían todos los recursos y todos los secretos. Nuestros enemigos habían decidido romper el espíritu de la revolución argelina antes de que se hiciese demasiado fuerte y arrastrara todo a su paso.

El presidente egipcio Nasser nos envió muy rápidamente la cobertura aérea que nos hacía falta, y Fidel Castro, Che Guevara, Raúl Castro y los dirigentes cubanos nos enviaron un batallón de 22 blindados y varios centenares de soldados (2) que se dirigieron hacia Bedeau, al sur de Sidi Bel Abbès, en donde yo les visité, y que estaban preparados para entrar en combate si se proseguía esa guerra de las arenas.

Aquellos carros poseían un dispositivo infrarrojo que les permitía intervenir de noche; habían sido entregados a Cuba por los soviéticos con la condición expresa de no ser puestos en ningún caso en manos de terceros países, incluidos los Estados comunistas como, por ejemplo, Bulgaria. A pesar de esas restricciones de Moscú y pasando por encima de tabúes, los cubanos no dudaron en enviar sus tanques en socorro de la revolución argelina en peligro.

Era muy evidente que la mano de Estados Unidos estaba detrás de los acontecimientos de Tinduf; sabíamos que los helicópteros que transportaban a las tropas marroquíes estaban pilotados por norteamericanos. Aquellas fueron esencialmente las mismas razones de solidaridad internacional que condujeron más tarde a los dirigentes cubanos a intervenir al otro lado del océano Atlántico, en Angola y en otros lugares.

Las circunstancias que presidieron la llegada de aquel batallón blindado merecen ser contadas, porque ilustran más que cualquier otro comentario sobre la naturaleza de nuestras relaciones privilegiadas con Cuba.

Durante mi visita a Cuba, en octubre de 1962, Fidel Castro había querido honrarme con la promesa de que su país nos iba a proporcionar una ayuda de 2,000 millones de antiguos francos (3). Teniendo en cuenta la situación económica de Cuba, no se nos iba a enviar en divisas, sino en azúcar. A pesar de mi rechazo, porque yo consideraba que en aquellos momentos Cuba necesitaba todavía más que nosotros su azúcar, él no quiso escuchar nada.

Alrededor de un año después de aquella discusión, un navío ondeando pabellón cubano atracó en el puerto de Orán. Con la carga de azúcar prometida, tuvimos la sorpresa de encontrarnos con dos docenas de tanques y centenares de soldados cubanos que habían acudido en nuestro socorro. Raúl Castro me enviaba un breve mensaje de solidaridad en una hoja arrancada de un cuaderno escolar.

Evidentemente, no podíamos dejar que aquel barco regresase vacío, así que lo llenamos con productos argelinos y, siguiendo el consejo del embajador Jorge Serguera, añadimos algunos caballos árabes. Comenzó así un trueque de carácter no comercial entre nuestros dos países, colocado bajo el sello de la solidaridad y que, a merced de las circunstancias (y de las tensiones), fue un elemento original en nuestras relaciones.

Che Guevara era especialmente consciente de las restricciones innumerables que traban y debilitan una verdadera acción revolucionaria, incluso qué límites afectan a toda experiencia, aunque sea la más revolucionaria, desde el instante en que se enfrenta directa o indirectamente con las reglas implacables de las leyes del mercado y de la racionalidad mercantil. El las denunció públicamente durante la Conferencia afroasiática que se celebró en Argel en febrero de 1965. Por otro lado, las condiciones deprimentes de la conclusión del conflicto de los cohetes instalados en Cuba y el acuerdo tomado entre la Unión Soviética y Estados Unidos habían dejado un sabor amargo. Yo tuve un cambio de palabras muy duras sobre ese tema con el embajador soviético en Argel. Todo eso conjugado con la situación que prevalecía en África dejaba entrever inmensas potencialidades revolucionarias, y había conducido al Che a considerar que el eslabón débil del imperialismo se encontraba en nuestro continente y que debía desde ese momento consagrar sus fuerzas a él.

Yo intentaba hacerle ver que quizás no era la mejor forma de ayudar a la maduración revolucionaria que se desarrollaba en nuestro continente. Aunque una revolución armada debe y puede encontrar apoyos extranjeros, tiene, sin embargo, que crear sus propios resortes internos sobre los que apoyarse. No lo consideró un obstáculo, Che Guevara estaba decidido a que su compromiso fuese total y físico. Viajó a Cabinda, en Angola y a Congo-Brazzaville varias veces.

No quiso el avión particular que yo quería poner a su disposición para asegurar una mayor discreción a sus desplazamientos. Alerté entonces a los embajadores de Argelia en toda la región para que se pusieran a su disposición. Seguí viéndole tras cada uno de sus retornos del África negra y pasábamos muchas horas intercambiando nuestras ideas. Cada vez volvía más impresionado por la fabulosa riqueza cultural del continente, pero poco satisfecho de sus relaciones con los partidos marxistas de los países que visitaba y cuyos planteamientos le irritaban. Aquella experiencia de Cabinda, conjugada con la que tendría a continuación con la guerrilla que se desarrollaba en la región de la ex-Stanleyville (4), le había decepcionado mucho.

Paralelamente a la acción del Che, nosotros llevábamos a cabo otra acción para el salvamento de la revolución armada en el oeste de Zaire. De acuerdo con Nyerere, Nasser, Modibo Keita, N'Krumah, Kenyata y Sekú Turé, Argelia aportaba su contribución enviando armas vía Egipto a través de un verdadero puente aéreo, mientras que Uganda y Malí estaban encargadas de proporcionar cuadros militares. Fue en El Cairo, en donde nos habíamos reunido a iniciativa mía, el lugar en que concebimos ese plan de salvamento y comenzamos a aplicarlo cuando nos llegó un llamamiento desesperado de los dirigentes de la lucha armada. Desgraciadamente, a pesar de nuestros esfuerzos, nuestra acción llegó demasiado tarde y aquella revolución fue ahogada en sangre por los asesinos de Patricio Lumumba.

Durante una de sus estancias en Argel, Che Guevara me comunicó una petición de Fidel. Al estar Cuba bajo estrecha vigilancia, no se podía hacer nada seriamente organizado en dirección de América Latina para encaminar armas y cuadros militares que estaban siendo entrenados en Cuba. ¿Podía Argelia tomar el relevo? La distancia no era un gran obstáculo, más bien al contrario, podía jugar a favor del secreto que condicionaría el éxito mismo de una operación de esa importancia.

Mi respuesta fue evidentemente un "sí" espontáneo. Y pronto comenzó la instalación de las estructuras de acogida para los movimientos revolucionarios de América Latina, colocadas bajo el control directo de Che Guevara. Rápidamente, los representantes de todos esos movimientos se trasladaron a Argel en donde yo me encontré con ellos varias veces en compañía del Che.

Un Estado Mayor que agrupaba a los movimientos se estableció en los altos de Argel, en una gran villa rodeada de jardines que habíamos decidido, simbólicamente, darles. Aquella villa Susini había sido un lugar célebre, cuyo nombre ha pasado a la posteridad. Durante la lucha de liberación nacional, fue un centro de tortura donde encontraron la muerte muchos hombres y mujeres de la resistencia.

Un día, Che Guevara me dijo: "Ahmed, acabamos de recibir un golpe duro, hombres entrenados en la villa Susini han sido detenidos en la frontera entre tal y tal país (No me acuerdo ya de los nombres) y temo que hablen bajo la tortura". Se inquietaba mucho y temía que el secreto del lugar en donde se preparaban las acciones armadas fuese descubierto y que nuestros enemigos se percataran de la verdadera naturaleza de las sociedades de import-export que habíamos implantado en Sudamérica.

Che Guevara había partido de Argel cuando tuvo lugar el golpe de Estado militar del 19 de junio de 1965 contra el cual, por otra parte, me había puesto en guardia. Su marcha de Argel, después su muerte en Bolivia y mi propia desaparición durante 15 años deben ser estudiados en el contexto histórico que significó el reflujo que se produjo tras la fase de luchas de liberación victoriosas. Después del asesinato de Lumumba, doblaron las campanas por los regímenes progresistas del tercer mundo y entre otros, los de N'Krumah, Modibo Keita, Sukarno, Nasser, etcétera.

Esa fecha del 9 de octubre de 1967, grabada en letras de fuego en nuestras memorias, evoca una jornada inmensamente sombría para el prisionero solitario que era yo, cuando las radios anunciaban la muerte de mi hermano y que los enemigos a los que habíamos combatido juntos entonaban su siniestro canto de victoria. Pero, a medida que nos alejamos de esa fecha, cuando se desdibujan en la memoria las circunstancias de la guerrilla que acabó ese día en Ñancahuazú, el recuerdo del Che está presente cada vez más en el ánimo de aquellos que luchan y que esperan. Más que nunca, se inserta en la trama de su vida cotidiana. Alguna cosa del Che queda prendida en su corazón, en su alma, oculta como un tesoro en la parte más profunda, más secreta y más rica de su ser, animando su valor, atizando su energía.

Un día de mayo de 1972, el silencio opaco de mi prisión celosamente guardada por centenares de soldados, se rompió con una gran algarabía. Así me enteré que, sólo a algunos centenares de metros, Fidel estaba allí, visitando una granja modelo muy próxima e ignoraba sin duda que yo me encontraba en esa casa moruna aislada sobre la colina cuyos tejados podía percibir por encima de la copa de los árboles. Ciertamente, por las mismas razones, esa casa había sido escogida anteriormente por el ejército colonialista como centro de tortura.

En aquellos momentos, una multitud de recuerdos se adueñó de mi espíritu, una serie de rostros, como en una película con la pátina del tiempo, desfilaron por mi cabeza y, nunca desde que nos despedimos, Che Guevara estuvo tan vivo en mi memoria.

De verdad, su recuerdo no nos ha abandonado nunca a mi esposa y a mí. Una gran foto del Che estuvo siempre clavada en las paredes de nuestra prisión y su mirada ha sido testigo de nuestra vida cotidiana, de nuestras alegrías y de nuestras penas. Pero hay otra foto, una foto pequeña sacada de una revista y que había pegado sobre un cartón y protegido con un plástico que nos ha acompañado siempre en nuestros peregrinajes. Es la más querida para nosotros. Se encuentra hoy en Maghnia, mi pueblo natal, en la casa de mis viejos padres, que ya no están y en donde nosotros habíamos depositado nuestros más preciosos recuerdos antes de partir al exilio. Es la foto de Ernesto "Che" Guevara extendido, el torso desnudo y un cuerpo que irradia tanta luz. Tanta luz y tanta esperanza.

Notas:

(1) El diario del Che en Bolivia, Instituto del libro, La Habana, 1968.

(2) NDLR: aquellos soldados venían a las órdenes del comandante Efigenio Ameijeiras, un veterano del Granma, compañero de primera hora de Fidel y del Che, y exjefe de la policía revolucionaria cubana.

(3) NDLR: equivalentes a 20 millones de francos franceses.

(4) NDLR: actual Kisangani, en la República Democrática del Congo (antiguo Zaire).

 

Tomado de Le Monde diplomatique.

Publicado en octubre de 1997.

 

 

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Luisfelipe Minhero.

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