Cosas de hombres (novela). Capítulo 2.

Cosas de hombres (novela)

Capítulo 2.

Por Luisfelipe Minhero

Cosas de hombres, es una de mis novelas, que también parte de hechos históricos, que yo soluciono en forma de alegatos contra la injusticia, la intolerancia, la opresión y la violencia. Sin ambages ni eufemismos… ridiculizando lugares comunes, pero… la trama final cada quien la tejerá según su entender, con hilos de asombros y conjeturas. Cultivando jardines, se aprende a descubrir paradojas.

Al divulgar este capítulo de “Cosas de hombres”, espero provocar deseos de leerla, que fácil será satisfacer pues está publicada en formatos de libro digital (eBook) y libro de papel (pBook).

Ahora me permito recordar que Amazon le ha aplicado sustanciales de$cuento$ a mis libros, “La saga de los espejos” y “Motivaciones para un demoledor de mitos y muros”, en sus ediciones en papel (pBook).

Los vínculos para cada libro, están en mi Página de Autor Central, alojada en el dominio de Amazon.

Atentamente,

Luisfelipe Minhero.

Autor Independiente Salvadoreño.

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Carátula de las ediciones en papel y digital. (Foto y diseño de Guillo Martillhoz).Contracarátula edición en papel.

 

Cosas de hombres (novela)

Capítulo 2.

De mis padres aprendí el desapego hacia todo. Mujeres protocolarias o seductoras, hombres poderosos o influyentes, mansiones suntuosas, pan sin levadura, carros convertibles, metales decorativos, comidas chatarras fatuamente “gurmé”, piedras preciosas, tarjetas de crédito, vicios solapados, muarés orientales, costumbres untuosas... en fin a todo. Y lo digo sin ambages, sin arrogancia, sin falsa modestia, con gratitud, con regocijo, con grandes expectativas. A mis ambos padres, es decir a papá y a mamá, les debo lo que soy. Aunque, sin lugar a dudas, salí corregido y aumentado, porque esa onda del desapego la superé desde el inicio de mi pubescencia, cuando la empecé a traducir en indiferencia casi absoluta hacia lo que del mundo y en especial de la gente me molestara. ¿Y qué se podía esperar de alguien que como yo, creció con símbolos tan confusos, además de contradictorios? ¿Qué podía esperar yo, de una pareja de hippies como lo fueron mis padres estacionados en el vacío delicioso del tedio pequeñoburgués y provinciano, inmovilizados en el ilustrado y dulce no hacer nada? Realmente daba pánico esa su anarquía no violenta y para nada de armas tomar, esa su preocupación romántica por el medio ambiente y ese su rechazo ingenuo hacia el consumismo hedonista, mercantilista y occidental; que inspirados en el poder de las flores y del LSD se creyeron intransigentemente invencibles y unos impolutos insobornables, al grado que literalmente me dejaron casi al garete durante poco menos de un año, sólo por no perderse el jelengue de antes, durante y después del “festival” de Woodstock. ¿Privilegio de burguesitos ilustrados, poco convencionales, algo adinerados y sin saber qué hacer? En tal desamparo pronto sobrevine al agradable regazo de la abuela, la que al ver mi cuasi abandono me dio el sostén sucedáneo que considero el más grande que he vivido. Así, con ese amor sustituto pude sobrevivir desde el final de la infancia para llegar sin complicaciones a la adolescencia donde ellas empezarían. Tales antecedentes, heredados sin tomar en cuenta mi opinión, pues sencillamente me hicieron devenir en el primer representante de la generación que bien puedo llamar posrocanrol, postrada ante la preeminencia brutal del neoliberalismo capitalista o el último de la generación beat, perdida en un nihilismo insolente ante la vida, pero en todo caso con una intensa capacidad de hacer el ridículo, tipo dirección nacional de patrimonio cultural del consejo nacional para la cultura y el arte presidido por un tal licenciado hernández aguilar licenciado en incompetencias múltiples.

Soy pues de la generación que no genera acción, navegando con esa pasividad ante la vida que niega el único criterio válido de verdad. Generación que no pasa en la práctica de exotismos intrascendentes como tatuarse en el brazo izquierdo la efigie de Mao y sobre la zona considerada erógena del corazón, la del Che y sobre una nalga algún icono apropiado del erotismo de moda y sobre todo no pasa de una básicamente finisemanal rutina de hablar pendejadas en “La Luna”, “La Ventana” y antros similares que se dicen iconos del desenfado posguerra civil y no pasan de una iconicidad cuasi risible de la decadencia y decrepitud social de la burguesía “ilustrada” criolla en sus arranques de diversidad étnica, ideológica y política. Vengo siendo como exiliado de un paraíso nebuloso o un peregrino venido de la Región del Vasto Vacío al que por suerte no le tocó reencarnar y vivir en EE.UU. De cualquier modo navego sin rumbo en el “Mar de la Confusión” o con la brújula de la apostasía, lo que me pierde más y más. Saltimbanqui excipiente de Eros y Tánatos, dando bandazos urbanos entre el caos y un espacio antropológico como esos que el compa Carlos Castro -último y auténtico representante del realismo mágico en novela- define, cuando en una chupinga sabatina de sol a sol en casa de la Negra Menjívar, se sumerge en las aguas del regocijo inerte para llegar al dolmen de la lucidez del verbo etílico en claro desafío a la seriedad académica de catedrático de la zurda y a medio tiempo en la UCA... “medio a pijita se puede llegar a cualquiera de las 11,000 putas esencias de la Puta Vida que nos ha tocado, aun sea en abierto desafío con los jesuitas asentados en el país(ito)”, sentencia Carlos, cada 5 minutos o cada 69 palabras dichas por otro de los presentes en el jelengue, como para darse ánimo para continuar el atrevido desafío hasta las últimas consecuencias, sin llegar a lo escatológico de “Revolución o Muerte” por hoy tan pasado de moda a causa de los “acuerdos” del año 1992 y de los renovadores plurivalentes bastante oportunistas del 2000... y la Negra Menjívar lo aplaude en tonos de sinfonía en La mayor al grado que André Cañas Breton y Joseph Haydn Medrano palidecen y desafinan el clavicordio sutil, que aparece como de presto chirriando al fondo en la cumbia sobaqueada, que rola en el CD y que el amplificador y los parlantes difunden, sonando suavecito pero con alta fidelidad como a un ¼ de volumen ecualizado para no perturbar el ambiente, que a la desbordada verborrea ardiente contra el sistema le va muy bien... y todos los hinchas en derredor secundamos a la Negra Menjívar con el gesto vikingo de quebrar vasos con culitos alcohólicos de coca-cola gringa y ron cubano, manifestación simbólica y poco militante, diría 100% eufemística, en contra del anacrónico embargo imperialista yanqui contra Cuba la Bella. No obstante que la crueldad del tío Sam es más refinada en los actuales tiempos posguerra acá, que nunca antes, al grado de ser capaz de masacrar a los presentes, rafagueando con aburrimientos de grueso calibre de la pléyade más representativa de poetas líricos salvadoreños, comandados por Mario Noel y David Escolástico, los que por definición de esencia, internacionalmente reconocida, son letales en aburrimientos idóneos para matar a un caracol de Belice y a una jicotea chapina en plena y activa luna de miel. Y no habrá Eminencia Reverendísima capaz de entonar un canto ceremonial que abogue por la paz en los cementerios y sin contradecir la alegría de vivir por lo menos los fines de semana.

A lo mejor si yo hubiese dado el salto de calidad para pasar de pinche colaborador orgánico a excelso guerrillero urbano, como me decía el Comandante Tomás Ramírez Quirós, escondiendo todos mis mates raros, me habría realizado como hombre y que lo pude hacer con el único y fiel compromiso de reproducir mi especie y mi casta y sin gozar mayor cosa. Aunque el temor a ser descubierto siempre me detuvo y por supuesto a Tomás nunca le confesé la causa de mi aparente indecisión de aceptar un tono mayor, en consonante acorde de compromiso orgánico más elevado y de mi connotada presencia viril, a pesar de ser mi más grande anhelo de entonces y sé casi con absoluta certeza que él conocía o por lo menos intuía mi verdadera sexualidad. Ante Tomás nunca tan siquiera me atreví con la mínima insinuación. Temía perder su respeto y su amistad de hermano del alma. Desde entonces mi arquetipo más grande es haber podido ser el íntegro y heroico guerrillero como lo fue mi amigo el Comandante Tomás y lamento tanto haberlo defraudado. Vierto ahorita una lágrima furtiva en su honor por si acaso cayó como lo deseaba, pues de él, desde meses antes de la firma ya no supe más, pareciera que se desvaneció en el aire ante la inminente tristeza de un empate acordado con sabor a traición y derrota. Un rasgo del Tomás que siempre me conmocionó fue el que los partes de guerra de los Comandos Urbanos del Metro los firmara con los 2 rimbombantes apellidos de su nombre de guerra como para darse taco de irónico ante los aires de decadente aristocracia con los que se inflaba la oligarquía criolla en su inevitable caída a la decrepitud. Oligarquía que tanto odiaba Tomás. Con seguridad más de un Dueñas o de un Regalado, conjunta o separadamente pero en conjunción cósmica perdían algunas horas de sueño cada vez que en sus estaciones de radios recibían los famosos partes de guerra.

Yo tenía todos los atributos y cumplía todos los requisitos para ser un estoico guerrillero capaz de llegar a heroico, menos uno por supuesto y que adquirirlo significaba mi total auto represión negándome el ser yo. Ser uno es obligación de humanidad. Hoy soy un académico con ideas “izquierdistas caídas en la moderación” que tuvieron un origen digamos congénito y que funjo como catedrático en la UCA y que me destiño de aburrimiento. Precisamente por esa moderación izquierdista es que no se me quita el tedio fatal en que vivo pese a estar letalmente enamorado y es que el actual amor que profeso siento que inexorablemente me conduce a la muerte. Aberrante soy.

Lo acepto porque sé que todos los amores poco convencionales, si no mueren pronto, matan. El macho alfa es siempre el eslabón menos débil del conjunto y... yo sin duda soy ese eslabón perdido que se romperá y de aquí a la eternidad me estoy convenciendo. Por supuesto me consuela que ya en ese estadio del no ser ni estar, mi alma terminará por siempre, o por lo menos en tanto vuelvo a reencarnar, desaparecerán mis cuitas, mis broncas y mis neurastenias de amor y de las otras. Asumo, tal situación, como místico alambicado con un estilo Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz que a nivel de consigna se reduce a lo poético de una expectativa perentoria nada existencial. Por mi condición de intelectual no creyente, sólo me falta el cilicio de una cruz hieráticamente herética, no obstante “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. Aberrante soy.

Ahora a la Vida sólo le pido que me asalte con sus incongruencias acantonadas a la vera del camino, cuando me encuentre a campo traviesa del enajenamiento o en la sima que da inicio a las montañas de la más decadente perversión. La próxima ocasión ya estaré a la vuelta de la esquina con una falacia más entre mis manos y mis dientes. Lo bello es que así, desde esta espera, estoy regresando a las cosas elementales y la más elemental sin duda es la muerte. Matar o morir es irrelevante como para perturbarse, adentrándose en disquisiciones teóricas respecto si con el peso de los años perdés elegancia por ganar obesa condición de dignatario empresarial favorecido por el éxito en los negocios y en los amores. Aberrante soy.

¡Mierda de fin de siglo con esos salpiques apocalípticos para surfeadores de las calamidades y muy a pesar de todos, pues en contraste pendenciero, aquella noche temprana del 10 de abril empecé mi lluvia de girasoles húmedos y alicaídos! Abril es tan perfecto para las indecisiones agudas y me vale madre el poema de Eliot no tenga esa intención. Y tan cierto es que muy a pesar de reconocer mis aberrantes expresiones estoy plenamente enamorado, sin embargo siento que ésta es la última barbaridad que voy a cometer. ¿Me quedaré por siempre sin más capacidad para amar a alguien en particular? y a la mierda mis esperanzas cósmicas que en un 2 por 3 pasarán a cómicas esperanzas... obstinado seguiré amando. Aberrante soy.

Desde que desnudé mi “indiosingracia”, entre vampira y misionera, quedé habilitado para deambular por los arrabales de las perdiciones bizarras. Por misteriosos que sean los caminos del amor los seguiré recorriendo, a veces un tanto a prisa, otras veces no. ¿Será una cuestión de sinos y por muchos sínodos condenatorios lo que le toque a uno vivir lo vivirá y por más que haga, las cosas ocurrirán? Espero que el próximo año capicúa, con plena conciencia y a sabiendas que para los de mi especie y de mi signo zodiacal chino no trae nada bueno, lo logre soslayar. Ave errante soy.

Los acontecimientos que yo he provocado me succionan para entrar a la noche gimiente con toda una suerte de indefensiones y la inocencia prácticamente recuperada. Triunfos académicos como el diploma de La Sorbona, ¿para qué? Mi habilidad de hablar 3 idiomas de ascendencia latina me incomunican más con el ser que amo, aunque con el mundo me apuntala una empatía comunicativa que da miedo y me lleva a no dilucidar nada. Siempre navegando con patente de corso pendejo, para esconder mis cobardías de turno. ¡Y qué ironía la de la vida cuando parecen cada vez más próximos los tiempos en que ser conservador será lo más revolucionario en este país(ito) hiperrealista y escatológico! Y para mayor gloria de dios o del supremo, lo alabaremos comiendo excrementos por un siglo y ½. Y ojalá la “democracia” representativa impuesta por los yanquis con firmas compradas y pagadas en efectivo se asiente de modo que la mierda a todos alcance con abundancia. Sin miseria alguna se reparta, desde los ciudadanos presidentes de los 3 “poderes” de dios en la tierra guanaca y los directores de los a precio de ganga reprivatizados 7 bancos especulativos, causa y efecto de todos los males actuales en mi perdidamente -desde siempre- mísero país(ito).

Novela escrita en San Salvador, 1 de setiembre de 2001 – 12 de enero de 2002.

Revisada y corregida: 6 de marzo -20 de abril de 2019.

 

 

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Luisfelipe Minhero.

Autor Independiente Salvadoreño.

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