La propedéutica de la didáctica. (Novela). Fragmento del capítulo “De la memoria histórica”.

 

La propedéutica de la didáctica. (Novela)

Fragmento del capítulo “De la memoria histórica”

 

Me anima el propósito de promover la lectura de mis narraciones (cuentos y novelas), el publicar fragmentos de ellas en mi blog. Para el caso de ahora es un fragmento de “La propedéutica de la didáctica” cuyo vínculo a su página en Amazon es: https://www.amazon.com/-/es/Luisfelipe-Minhero-ebook/dp/B07FX64BKG

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También vale recordar que, la edición digital (eBook) de mi novela “Motivaciones para un demoledor de mitos y muros”, continúa en preventa, que finaliza el 13 de mayo de 2022, cuyo vínculo es: https://www.amazon.com/dp/B09NHL8V4W

Atentamente,

Luisfelipe Minhero.

Autor Independiente Salvadoreño.

Página de Autor Central: amazon.com/author/luisfelipeminhero

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Féisbuc: https://www.facebook.com/Luisfelipe.Minhero/

 


 Fragmento del capítulo De la memoria histórica.

Difuminándose, disolviéndose, desapareciendo en lentas volutas, la otra ciudad pertinente en esta recordación, se decide entrar en una oquedad del tiempo, en una puerta dimensional, que en silencioso espiral la vuelve al pasado.

San Miguel de la Frontera retrocede a la pueblerina capital de provincia que fue a finales de la primera mitad del siglo XX. Donde y cuando, la joven y fiel viuda, que pasó incólume los 12 meses de riguroso luto y 18 de medio luto para reconfirmar su dolor de ausencia, tal como ordenan las buenas costumbres. Ya de nuevo enamorada, se entregará después de las sacras nupcias católicas al entonces joven, gentil y trabajador agente viajero de la casa “H. de Sola y Cía.” que consigue le llegue el olvido de lo convivido -al menos de todo sufrimiento- con el líder y mártir revolucionario de la gesta del ‘32.

Es que enviudar con 4 meses de embarazo, sin duda es el colmo del sufrimiento que, a una mujer jovencita, bella, cálida y sensual, el destino le puede infligir. Las nuevas declaraciones de amor no encuentran oídos sordos.

Aconsejada, fue ella, por el frío de la soledad en el calor vaporizante de la ciudad de San Miguel de la Frontera. Tanto es el calor que el temporal con que se inicia la estación lluviosa de ese año -que conoció y se desposó con el joven agente viajero de “H. de Sola y Cía.- produce un vapor de baño turco asfixiante, resultando un vaho espeso que por días, a veces por semanas, cubre a la ciudad y envuelve a sus habitantes con un calor espeso y visible. Los chorros de las tormentosas lluvias en su caída no tan libre, se vienen transformando en pesado vapor, que con lentitud de virgen ascendiendo al cielo, suben de regreso a los enormes nubarrones que las engendraron. A veces tales vapores adquieren formas alucinantes que las gentes sencillas confunden con milagrosas apariciones de la Virgen de la Paz, sobre todo en momentos de catástrofes sociales algo prolongadas o cuando no sucede nada y religioso se instala el aburrimiento social tan proclive a manifestarse con violencia.

Y las catástrofes sociales se han dado, en el país(ito), con especial preferencia en enero que no es caluroso. No obstante, enero, en el país(ito), ha sido único en abundancia de bienes sutiles, casi inmateriales: luz cenital que en frenética reverberación, se vuelve letárgica para invitar al recogimiento de los espíritus superiores y a la ninguneada de los espíritus chocarreros o excesivamente bullangueros en el hablar que paradójicamente para abreviar nomás se les dice chachalaqueros y no hago alusión alguna a personas jurídicas y naturales... luz que en los crepúsculos adquiere colores brillantes, esmeraldinos que empiezan con prodigiosos matices amarillos de soles peculiares; entusiastas rojos en belicosos jirones a veces diluidos con toques del magenta o profundos bermellones acuosos; brochazos de amatistas en constante evolución; en definitiva un arco iris de destellos sin fin... frescores atávicos en un trópico nacional implacablemente caliente pero con ausencia total de huracanes extravagantes y transformadores...

Pese a esa tranquila característica de enero, este mes ha sido pródigo en disturbios sociales, que los da a escoger, a la medida de cualquier caudillo. Pareciera que entre más estable es el clima, más agitada es la convivencia social.

Tanta admiración y profundos agradecimientos ha provocado el mes, que aún hoy, en los finales del milenio, se observa casi en toda la reducida extensión del país(ito) un aumento agradable de natalicios y esperanzas de un futuro mejor. País(ito) con dificultad respirable, muy poco potable y por lo tanto ya casi invivible, habitáculo de gente sólo muy de cuando en cuando efectivamente insurrecta. Ánimos insurreccionales, que pocas veces han dejado el grado de siempre vaga tentativa o nebulosa intención, como lo confirma la verdadera historia nacional, valga la aclaración.

Pero en todo caso, no deja de ser una extravagancia cósmica que en el país(ito) nada más en enero se dé tanto bienestar etéreo y espirituoso.

A saber por qué, en febrero, a pesar de ser percibido con una imaginaria cortedad, a la gente se le constipan el alma y los intestinos. Resulta tan natural que en marzo la calor primaveral apriete y agobie los cuerpos humanos en detrimento de la lujuria tropical y además consiga se-car pozos, charcos, quebradas y riachuelos. Con el inicio de las lluvias en mayo, el aire se fermenta y llena de ozonos y nitrógenos casi vegetales bastante irrespirables, razón por la que ha sido consagrado a la Virgen María en misión de auxiliar a moros conversos y cristianos renegados en el acto de respirar. En junio, como consecuencia de mayo, las aguas se pudren y la disipación moral se entroniza. En julio los deseos concupiscentes se alborotan tanto que en el abril siguiente, la población asciende en desenfrenado y ostentoso desafuero sobre la curva de natalidad aceptada y permitida en los presupuestos de la nación, otra razón para considerar a abril como el mes más cruel. El resto del año, de agosto a noviembre, es de una cotidianidad tan gris que hasta a las ostras de Los Cóbanos se las lleva la tristeza o el aburrimiento. Para matar el aburrimiento, en agosto, se le hacen fiestas al divino salvador del mundo que, por los díceres de la prensa oficial, a veces parece son en honor al caudillo de turno. En setiembre, resultan y se ven los lodazales de aquellos polvos apresurados y furtivos que las despedidas etílicas y las concupiscencias burocráticas producen en el diciembre anterior; es pues el otro mes de aumento desmesurado en los natalicios urbanos y además el aniversario del vil nacimiento de esta patria ajena tan enajenada. Octubre pasa de largo empujado por los violen-tos vientos del norte. Noviembre es de muerte y de fiestas populares. En diciembre se destapan y se destacan las paradojas más crueles del sistema; banquetes por allá y hambrunas más acá.

Con todo, pese a su pálida benignidad, enero goza de un maleficio comprobado. Y lo confirman los libros que registran los aconteceres provocados por las gentes, es decir los libros de historia. Es el mes menos auspicioso, de todo el año, para continuar el desarrollo de revueltas sociales, comenzar escaramuzas milicianas, irrumpir con asonadas militares, dar cruentos o incruentos golpes de estado o pedir aumentos de salarios.

Y es en mes tan crítico, tierno y cruel que se dieron (décadas atrás) los crípticos acontecimiento que vendrían a dirimir en 1996 el asunto de las privatizaciones de las más rentables empresas gubernamentales.

Es un misterio tan grande como operan los acontecimientos del pasado en los acontecimientos del futuro. Pareciera que la privatización de los teléfonos y de la energía eléctrica, en 1996; no tiene nada que ver con acontecimientos (domésticos, políticos y sociales) que ocurrieron muchos años antes, en 1932 o en 1947.

No obstante, todo acontecimiento, sea este doméstico, político o social, es continuación y preludio. Es el perpetuo cambio en eterno altercado. Pareciera que entre 1932 y 1996, sólo hay el transcurrir llano del tiempo y de ciertos hechos, tangibles por prosaicos, que registra la historia universal de la infamia. Y ese tiempo llano resulta que es más que una porcioncita de la eternidad.

Valga, como ejercicio para verificar la ligazón de los hechos, especular y suponer el origen, causa o razón de la tan conocida borrachera antichechena del antipático y dipsómano Yeltsin de hoy, allá en la Rusia de nuevo zarista y hasta hace poco república de los sóviet, su actual presidente y que dios perdone a los rusos por tal desacato. Hechos del pasado, hasta cierto punto humillantes, se tienen a montón en la historia rusa, el de Yeltsin no es el primero. Por ejemplo; relata la vieja crónica del piadoso monje cristiano Néstor que, de común acuerdo, eslavos y fineses, a comienzos del siglo IX, más o menos el año 802, invitaron con mucha atención y halago a los escandinavos, llamados también variagos, varagos o varegos (de varingas, soldados) o sea la pura verga de oriente en el occidente nórdico, a poner orden y reinar en el país al que los fineses pusieron el nombre de Rus, quizás por rústico. Y así lo hicieron por mucho tiempo. Años de paz y libertad hubo pocos para que siglos después, fuese aceptado por los rusos; en el 1236, años más años menos; el vasallaje a los tártaros, como eran llamados los mogoles, padeciendo la dominación, con dependencia directa del Kanato de la Horda de Oro, durante 2 siglos de intranquilidad. Por fin Rusia se desquita del vasallaje, oprimiendo a los pueblos cercanos, entre ellos los cosacos, pero éstos; acaudillados por Stenka Razin con un programa de reivindicaciones populares que equivalía a un comunismo ele-mental un poquito más desarrollado que el comunismo primitivo, en los años 1670 y 1671; insumisos cosacos emprendieron el movimiento contra la ya expansionista, pero todavía no imperial Rusia. Es decir Ru-sia humillada siglos antes, por los varegos y los mogoles, se desquita, siglos después con los cosacos. Hoy Rusia humillada con la desaparición de la URSS, se desquita con la separatista Chechenia. Y ahí aparece el Yeltsin, sin duda reencarnación de un ruso expansionista o del Kan de la Horda de Oro. ¡Puta, qué cosas tiene la vida o la dialéctica de la naturaleza!

 

Pese a tal perenne espacio para el aburrimiento, por la ancestral grisitud nacional, en el país(ito) hay una tremenda excepción que se ubica entre coordenadas geográficas que muy precisamente delimitan un mágico rincón. El único espacio terrenal donde el mitote indígena de la tristeza, el folclor ladino de la derrota y las anglosajonas costumbres mercantilistas del trinquete y la zancadilla, hasta hace poco no habían prosperado mucho. Sideral rincón (de lunas y soles siempre carnavale-ros) donde fue fundada, por moras y moros conversos, castellanos y andaluzas, la ciudad de San Vicente. La ciudad resguardada por el único volcán hembra, tanto que en la musical y casi extinta variante pipil de la lengua náhuatl, fue llamado Chinchontepec que significa “volcán pechos turgentes de mujer núbil y pura”. Volcán, metáfora completa de doncella ardiente, que por su sedosa vulva orográfica deja escapar regularmente su oloroso calor genital.

Enclave cósmico con una negritud venida directamente desde el África ardiente de paso por la experiencia habanera insular, negritud inserta-da con los fluidos exudados por mediación de los míticos genitales de hombres y mujeres comprados como mano de obra esclava. Espacio cósmico de negritud única en el diminuto país.

De ahí la exultante y caribeña musicalidad, de la villa fundada por moros castellanos y andaluces. La mezcla étnica genésica dio paso a democracias sexuales, practicadas con dulces denuedos y variadas mescolanzas, entre andaluzas, castellanas, cimarronas, moras y negras; contra negros, moros, cimarrones, castellanos, andaluces y que en 3 siglos de prácticas reproductivas, le han dado singularidades a la Ciudad y sus alrededores.

Singularidades que no han sido en otros lares, andurriales, aldeas, villas, pueblos y cantones del país(ito). Singularidades que expresan las pasiones que hierven, entre muslos y glúteos graníticos y ardientes. Ardor que se desparrama y penetra las costumbres y las artes y se convierte en culto a la Tierra y a las rebeldías y a los placeres carnales ayuntados con los del espíritu. Del sincretismo étnico-sexual vicentino se pasó sin mayores trámites al sincretismo étnico-cultural vicentino; tan sabroso, iconoclasta, irreverente y plural. Todos los ámbitos de lo cultural son abarcados.

En lo culinario, sabrosuras para la mesa que preparan el disfrute sobre la cama sin malestares inoportunos. Nuégados en variadas presentaciones como testimonios criptográficos a las alquimias sexuales de la región, delicadas y almibaradas hojaldras para no olvidar las delicade-zas táctiles insustituibles en los preámbulos del ayuntamiento amoroso, marialuisas ese pan dulce con capitas de leche poleada y con el rostro no tan pintado como el de las peperechas pero que excitan tanto la pasión, una melcocha que se crea batiendo con sensual energía la espuma hirviente de la miel de caña de azúcar con los agregados de maní, ajonjolí y anís que al llegar al punto se empieza a endurar y ya fría se llama batido, moreno pan de maíz que nace de la penetración de moros y oscuros pedacitos de panela a punto de derretirse sobre una masa indígena y sensual de elote, magros lomitos de cerdo asados que para nada indisponen el cuerpo, arroz negro con salpicón, tamales de sal y de azúcar, complejo y refinado gallo en chicha, tortitas de camote afamadas dulzuras eróticas en forma de volcancitos coronados con polvo de canela metáfora visual y gustativa de los pezones de la mujer criolla.

En el musical, la cumbia sobaqueada estableció su imperio. Acá fue engendrada, acá nació y con ritmo sostenido divulga apasionamientos cotidianos. Explayada con lujo de detalles por saxos tenores, güiros, tambores de toda laya, requintos, guitarras y contrabajos; se vuelve elocuente y rica para bailar y con su coreografía se parodia el acto sexual. Pero si la cumbia sobaqueada no es suficiente, la poesía revolucionaria local, reivindica, de boca en boca, épicas amorosas entre óvulos ávidos de placeres y espermatozoides dispuestos a cualquier gozo, aun entre aquellos con algunas prisas por algún tipo de clandestinaje subvertidor del orden político y moral.

Con tal mal ejemplo, sucintamente descrito; situado entre la geografía del cercano oriente y el más cerquita centro del país(ito) salvador del mundo; cunde una conspicua y poco aburrida rebelión indígena que terminó de aflorar con violencia inédita e inesperada en enero de 1932. Un tenso y amorfo descontento, que anduvo culebreando desde meses antes, precedió el gran estallido social. Descontento que en principal se deslizó por los sotobosques de las fincas cafetaleras y con timidez ron-daba pueblos, villas y ciudades en el también cercano occidente, donde hubo surgido la entreguista y derechona oligarquía cafetalera nacional. En verdad, en el país(ito), no hay puntos cardinales lejanos en donde ser o estar. Es más, el país(ito) no tiene puntos cardinales. Es un punto sin oriente, sin horizonte, sin más allá. Un paso en cualquier dirección y se pasa a un vecino país o se cae al mar.

El descontento, agitado por Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mario Zapata, poco a poco se fue mal o bien organizando. ¡Qué tremendo destino el de una rebelión indígena ser liderada por 3 hombres mestizos con predominante apariencia de blancos, sabrosones cumbiancheros sin saberlo y de alegre y melodiosa actitud ante las desgracias! ¿Para qué habrían querido más los indios, si con ellos como que se cumplían alucinantes profecías y oscuros presagios?

De 3 hombres solares hablaban los vaticinios, como guías de la rebelión indígena, que ha pasado a la realidad de la historia como la insurrección campesina del ‘32. Válido es averiguar de cómo llegaron a las oníricas profecías los 3 hombres con apariencia de blancos. ¿Quién les adjudicó los nahuales protectores? Inmutables 3 hombres, con rasgos étnicos, que siglo y ½ antes, eran de vigente y peligrosa cotidianeidad moruna. En el país(ito), la dogmática benevolencia y la intolerable libe-ralidad del “Santo Oficio”, actuaron de oficio para no dejar moro con cabeza, converso o no. Y en la villa de Sonsonate y en la de San Salvador, que a capital del país(ito) llegó, se impuso la novedosa disposición de prender las inquisitoriales hogueras con leña en raja de copinol (árbol de la familia de las Papilionáceas, propio de América tropical, de unos 7 metros de altura, con copa espesa, tronco rugoso, hojas divididas en hojuelas ovales, lisas y coriáceas, flores en ramillete, de color amarillo claro, fruto en vaina pardusca con varias semillas envueltas en una especie de harina muy dulce y aromática. Su madera, dura y rojiza, se emplea en ebanistería) y vainas de vainilla fragrans sometidas a un curado especial a fin de preservar el medio ambiente de la contaminación por la carne asada de los moros y judíos infieles. Moros y judíos que para preservar las buenas costumbres criollas y mantener a salvo, entre los indios, las nuevas y católicas tradiciones; hubo pues que matar en las hogueras perfumadas.

Y la cosa social se puso color de hormiga. Del color de esas bravas y coloradas que llamamos hormigas guerreadoras cuando, a iniciativa del Partido del Proletariado Salvadoreño, en enero de 1931 se activó convertir en realidad lo de una estatua en honor al Presidente de la República de entonces, el doctor Pío Romero Bosque, un burgués algo liberal y que este propio develaría. El despipiole que la escultórica iniciativa produjo fue de incontrolable iracundia cuando se supo que la estatua burguesa se había levantado con puros donativos de los escasos proletarios salvadoreños.

A un año de distancia quedaba de los sucesos del ‘32, según los arcanos de las quiromancias criollas, la poco feliz e imprudente iniciativa estatuaria.

Y los “sucesos” del ’32 no se han develado por completo en su verdad y se tienen versiones interesadas como la de un derechista, embalsa-mador, periodista, escritor y alemán (en ese orden ejercía los atributos enunciados) que ha cargado la historia nacional hacia el lado extremo derecho.

A finales del año ‘32, un aproximado y conservador cálculo; compilado por el derechista en mención enviado al país(ito) por un delirante alemán -entonces desconocido, pero que llegó a ser el führer del tercer reich- da por cierto y publica que 32,000 indígenas (puros indios puros de Izalco, Nahuizalco, Tacuba, Juayúa y Salcoatitán) masacrados, fueron el grueso de la insurrección, etiquetada de comunista por el derechón alemán y su patrocinador, que hasta la fecha la mayoría del mundo se ha aceptado como verdad. Cifra curiosa por cierto, 32,000 indios insurrectos, masacrados en el año ‘32, a inicios del fin del milenio 2 según la cuenta de los seguidores de un dios que es el número 2 de una trinidad imposible de ser. Contabilidad, por lo demás, no muy exacta por los peros y pesares con los que se contó para contar los muertos.

Es de comprender el nervioso momento en que eran dejados los cuerpos indígenas, a veces a medio morir, casi siempre a medio enterrar; pues la masacre se ejecutó en una carrera genocida para salir del mandato ordenado por el General. Fueron así sembrados, los campos de las tierras del común con miles de cuerpos que aún hoy se mantienen como claveles-mandrágoras, tintos de un profundo carmesí terroso, que permanecen con los pétalos abiertos, de par en par, como gritando el más silencioso grito por un pronto y justo ajuste de cuentas. A la intemperie del aire libre se fusilaba por orden del General ladino Presidente. Con la prisa de continuar, a la velocidad de las “punto 30”, pa-ra terminar cuanto antes con el mandado. ¡Y todo fue en nombre de ese dios extranjero y de esa patria putativa! Y para que la otra Patria no lo olvidara, obligada fue la tarea de anotar, con una exactitud imprecisa, el número de los fusilados, aunque 32,000, incluso hoy, sí impresionan. Pero fueron muchos más los sin nombres que no fueron contados para que deudos y la historia verdadera no pudiesen reivindicar. Y las notas del periodista derechón y sus apuntes para el mitote se redujeron a un transcribir los partes de guerra del General ladino.

¡Según esas cuentas fueron puros indios puros los masacrados en res-puesta a un oscuro incidente en Salcoatitán donde perdiera la vida -por la borrachera agarrada en unas nupcias de burgueses en el sueño de una noche de verano tropical- un terrateniente cafetalero de origen anglosajón! Usurpador, como todos los de su especie, de las tierras del común. Mas fue el pretexto más oportuno del mundo para iniciar una represión que abortaría un intento legítimamente insurreccional.

Los 3 dirigentes -con apariencia de hombres blancos- de la rebelión indígena del ‘32 poseedores del don de la palabra embriagadora (que endulza oídos y enciende conciencias) y de la más grande inexperiencia militar, empezando con los temas de estrategia sobre guerras irregulares hasta llegar más perdidos a los de tácticas insurreccionales. Extraviados en un desasosiego como de cante jondo de verde luna y olivares se hundieron en la soledad de la derrota. Poco sirvió la solemnidad desconcertante del Socorro Rojo Internacional.

Tácticas y estrategias acordes al clima, a la topografía y a los usos y costumbres del país(ito) no hubo jamás y que los historiadores rojos me perdonen.

El “rojo amanecer” del primer sóviet de las Américas desde entonces se prorrogó automáticamente para más tarde. El aire como de raza calé, del máximo dirigente de los 3, quedó como flotando o más bien vagabundeando nómada en la eternidad de una guinda que no termina hasta hoy. Los 3 días de insurrección devinieron en 3 días de inestable sóviet tropical entre bosquecitos cafetaleros, sombreados por árboles como los madrecacaos, nacaspilos, paternos y pepetos, que le añaden los singulares y exquisitos toque al café de acá, gran idea aportada por los indígenas pipiles sacrificados en aras de la efímera gloria del que fue primer y hasta ahora único sóviet en la América continental.

Fusilados los 3 blancos móviles, tercos en sus obcecaciones, de labia fácil y pegajosa para el proselitismo de “adiptos”; llegaron días, horas y segundos de exabruptas arritmias y taquicardias delirantes para todos los del país(ito). Ahogados en sobresaltos de pánicos. Fueron pastosas madrugadas de miedos, para todos los que iban sobreviviendo como podían. Con un silencio cómplice a las espaldas como único auxilio de la providencia. Un ruidito quedo durante las terribles noches, en otros tiempos no tan lejanos como un par de semanas atrás, carente de significación, era casi un infalible vaticinio de un supremo momento de indefensión ante el zarpazo artero de la “autoridá” ensortijada de poderes.

En 3 meses, el destino funesto de la extirpe del maguey, asentada siglos atrás en el que se cree “Señorío de Cuscatlán” que no pasó de rancherío, continuó en el camino de su cumplimiento total. Las “punto 30” enronquecieron tartamudeando los presagios fúnebres. El conteo inicial de muertos se multiplicó por 3, por 4, por la eternidad.

Para mantener la incertidumbre del miedo, nunca se llegará a saber cuantos fueron los que puso la raza de cobre y maíz que reducida fue a su mínima expresión. La absolutamente necesaria para contar, llegado el caso, con el ingrediente folclórico para escribir guías turísticas y coreografiar ferias artesanales, diz que para promover la grandeza indígena como profunda raíz de la civilidad actual. Grandeza que como autopsia mentirosa, exalta y promueve el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, alias CONCULTURA.

De un solo exterminada fue, en el ‘32, la descendencia directa de la sangre de Topiltzin Ahzit, tlatoani es decir supremo gobernante bastar-do de los toltecas, pero tlatoani al fin, que nació de los amores insondables entre Tecpancáltzin y Xochitl, la dadora de la miel prieta del maguey. El fruto de ese amor; según el augurio funesto en boca de Hueman; sería Topiltzin Ahzit, el del pelo murucho, ensortijado en forma de tiara, que nunca se coronaría con tiara de plumas de guacamaya, torogoz y quetzal. Con Topiltzin Ahzit termina la grandeza de Tula o Tollán, que cerca de 2 siglos duró en su gloria y esplendor, abandona-da a mitad del siglo oscuro, el siglo XIII según la cuenta de la cristian-dad y luego borrada con la destrucción total, tal nunca ha ocurrido. En el ‘32, exterminadas fueron también las estirpes descendientes de toda la corte de servidores fieles de Topiltzin Ahzit. Todos sus impotentes sacerdotes y todos sus guerreros derrotados. Todos los que lo acompañaron en la larga marcha hacia Cuscatlán fueron exterminados en el ‘32. Cientos de leguas al sur de la grande Tula o Tollán, Topiltzin Ahzit, muy cansado del derrotero de rodar, una tarde de enero, no le queda más que fundar el mítico “Señorío de Cuscatlán”, del que nadie se enteró. Cábala de benignidad marginal para el destronado y expulsado tlatoani tolteca que tlatoani no pudo ser. Aquí murió añorando sus pirámides de piedras eternas que como brazos hacia el cielo se alzaron en la Grande Tula o Tollán.

En la resignación de la derrota y en el descanso obligado lejos de la perdida grandeza y en la marginalidad del que fue el primer imperio del Norte, se gestó el nacimiento de un “Señorío” que sólo ha existido en calenturientos patriotismos, llevados a chovinismos extremos hasta no poder más como los de la Alianza nacionalista, mal nacida en 1981. Un superficial barniz de muñeca es el sentido de nación en esta (en)ajena(da) nación. Y en el ‘32 ni eso.

Tan alienante de tan interesada es la versión oficial de los hechos de la rebelión indígena del ‘32, que nunca debió ser aceptada. Como un lixiviado del basurero de la historia nos llega a la modernidad de la posguerra civil. Embotellado por los acuerdos. Trauma ancestral del país(ito) enano y según el mitote profano con un pueblo trabajador y que en la realidad es nada más que el vergo de maras delirantes de grandeza y de notoriedad. Así, el surtido de desmanes, se mantiene en la vitrina histriónica de la democracia salvadoreña. Y así, como arrastrada por las iniquidades seculares, llega a la falacia mercantilista de los ‘90s, con aires de renovada democracia. Democracia que Justo Joseph; el “famoso” J. J. Domeque Sasso dueño por fin del Banco Salvadoreño, 111 años después del crimen de su fundación; define con lírica demagogia así: “somos todos los que formamos esta gran nación y en especial nuestra gente emprendedora, reconocida en todo el mundo por su espíritu de trabajo y su tenacidad para superar los retos que vengan con el nuevo milenio”. ¡Qué capacidad instalada para hacer el ridículo en el país(ito) de mmm...entiras abrumadoras, pocas de ellas piadosas, muchas infames!

País(ito) circo paupérrimo, de harapienta carpa. País(ito) baldío de tártagos y casitas enanas y champas de cartón en las que viven mercaderes mecanicistas y endémicos. País(ito) inventado por un dios intolerante y minusválido, con ganas de vengarse de los hombres felices y que buscan la felicidad para los demás. Y el dichoso circo de errores nacionales es promovido por los clanes oligárquicos-bisneros y sus diputados que los representan dentro de las reducidas paredes de un congreso oneroso y corrompido. Y los clanes oligárquicos-bisneros, sin mosquearse en lo más mínimo, obligan en las escuelas públicas, en las iglesias conservadoras, en las oficinas y bufetes gansteriles, en las fábricas maquiladoras de pesadillas, en los baldíos donde se refugia el inmenso desempleo nacional; a saludar al país(ito) en nombre de una patria y de una justicia inexistentes, de ajuste jurando animosos la vida y obligando sin descanso consagrarse a su bien.

El exterminio genocida del ‘32, dejó abolido por siempre el incómodo reclamo indígena de las ancestrales tierras del común. Desde entonces, los mestizos y arrogantes barones criollos durmieron seguros y en apa-rente estado de tranquilidad para acumular más riquezas. Así; con la riqueza del café cultivado en las tierras que fueron del común indígena; se dieron a la compra o al alquiler de alcurnias extranjeras, para blanquear la raza, para chelear la piel. Fueron unas 14,654 noches sin ma-yores sobresaltos locales, las se tomaron en ese afán imposible de purificación étnica, pero que les diera por los menos la apariencia de blancos, condición indispensable para presumir de la pertenencia a la oligarquía criolla cafetalera-agroexportadora-financiera-industrial.

Las extirpes de Topiltzin Ahzit “El Murucho” y su corte, que sobrevivieron a la gripe, al sarampión, a la viruela, a las tantas iglesias de Cristo, a los arcabuces hispanos, a los caballos manchegos, a la ambición traída de la Hispania fecunda primero y luego del Imperio Oscuro del Norte continental; no pudieron con el enfado, la sevicia, la ambición y la vesania del ladino presidente y los ricos criollos mestizos; ocultando sus miedos a la verdad con la soberbia, la arrogancia, la mezquindad y la intolerancia.

El ladino, hijo de la gran puta... guayaba, durante 13 largos años sentado en la guayaba presidencial, ejerció el poder con el despecho de no haber nacido ni criollo castellano con la hermosura benevolente del conquistador asentado en la seguridad de su poder conseguido en buena lid; ni indio, a pesar de sus fuertes rasgos indianos, con el orgullo que da aceptar la fatalidad del destino. Le debió haber sido terrible el sentimiento de no ser ni chicha ni limonada. Sentimiento que marcó el terrible afán del año ‘32 en que todos los hijos del país(ito) nacimos muertos.

En tanto, las almas de los exterminados (blancos, indios y mestizos, porque hubo blancos y mestizos exterminados en la rebelión indígena del ‘32) descansan en la región de las calmas eternas. Esperan y aguardan quietas y en silencio el inevitable momento de regresar.

En los inicios del 3er milenio de la cristiandad, según profetiza el Tonalámatl, vendrán como maestros de todas las artes con el ánimo de fuego; luz y calor para destruir y recrear. Juiciosos, de palabra santa y objetiva. Dadivosos, sus haciendas y riquezas serán de la comunidad. Guerreros implacables, para reinstaurar por siempre el estadio sin clases que ya fue el primitivo paraíso terrenal, ese descrito en los textos genésicos de todas las religiones. De entre el polvo y el humo de las batallas en las calles, antes de la toma de las ciudades, irá surgiendo una sola e igualitaria condición para todos los seres humanos. Serán los rasgos de la Era de Acuario. Sin dignatarios se ordenará la vida de todos. A juzgar por los acentos de la profecía del Tonalámatl nadie correrá en busca del maíz. A juzgar por los énfasis de la profecía nadie pasará hambre, ni frío, ni calor. Atendiendo el texto de la profecía nadie matará para vivir.

 

Tomado de:

La propedéutica de la didáctica

26 junio 1996 – 31 agosto 1997.

ASIN: B07FX64BKG

Publicado en Amazon: 25 julio 2018.

 

Luisfelipe Minhero.

Autor Independiente Salvadoreño.

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